Cultura de la censura
Los nietos y bisnietos de aquellos nazis que quemaban libros en la vía pública (no sólo en Berlín, los fascistas españoles también organizaron fogatas durante la contienda) ahora recogen el testigo. Aquellos que tanto hablaban de la llamada “cultura de la cancelación” y se rasgaban las vestiduras afirmando que hoy ya no se podía decir nada, que había más libertad cuando España era regida por el último dictador fascista de Europa, o que la izquierda “woke” se ofende por cualquier chiste se han convertido en los primeros en censurar obras de ficción en periodo democrático.
Y si analizamos las obras que, hasta el momento, se han prohibido y censurado, confirmamos sin sorpresa ninguna que representan valores y mensajes que la propia formación post-fascista ha “tirado a la basura” en el vomitivo cartel de la calle Goya en Madrid. Lope de Vega, Virginia Woolf, Paco Bezerra, Xavier Bobés y Alberto Conejero, Ann Perelló, Jason Headley y Angus MacLane (guionistas de Lightyear). Estos son los autores y autoras que han sido censurados por los gobiernos de PP y Vox con la excusa sonrojante de la falta de presupuesto, más teniendo en cuenta que todos los espectáculos ya estaban aprobados en la programación por las corporaciones salientes. No solo censuran, sino que además, lo hacen por la puerta de atrás, no vaya a ser que alguno de sus votantes empiece a preguntar demasiado.
Los mal llamados moderados creían que la llegada a las instituciones amansaría a las fieras. Quien es sin duda el mayor responsable de que muchas concejalías de cultura pasen a ser controladas por representantes de Vox es el Partido Popular. El PP no sólo es cómplice, sino que además, ha asumido sin ningún reparo el lenguaje, las formas y la carcoma. Casi parece que estaban todos esperando a que llegara este momento para salir del armario iliberal. A este paso, parece que los dos grandes retrocesos que ya habíamos consumado en España, como la Ley mordaza o el artículo 491 del Código Penal (aquel que hace referencia a las injurias a la Corona), se van a quedar cortos en un tiempo récord.
El partido post-fascista opera como una empresa-franquicia, basando su modelo de negocio en suministrar odio, mentiras, rabia y miedo, recibiendo a cambio votos que intercambia por puestos de mando en los gobiernos de coalición con su hermano mayor de derechas. Estos puestos le permiten recibir subvenciones públicas que refuerzan el modelo de negocio, facilitando su dispersión por otras cuotas de mercado. Para Vox, las concejalías de cultura son como los departamentos de I+D y marketing. Son las plataformas ideales para acabar con la competencia, implantar su identidad como marca y hacer campañas orientadas a engordar aún más el monstruo que poco a poco está desangrando nuestra democracia.
Sería un error hablar de batalla cultural como si fuera una cuestión intangible, que genera mucha controversia y ruido en las redes pero que en realidad resulta intrascendente. No podemos seguir permitiendo que partidos y pseudoperiodistas de extrema derecha infecten a la opinión pública con ideas que van en contra de todos los derechos y libertades que definen lo que es España a día de hoy.
Lo que defiende Vox es incompatible con nuestra forma de ser, de existir. Por tanto, debemos ser intolerantes con las ideas que pretenden acabar con la tolerancia. La libertad de expresión se basa principalmente en el reconocimiento del contrario en el disenso, confrontar sin deshumanizar al adversario. Si un partido no reconoce ni tolera mi propio ser, las reglas de la libertad de expresión se rompen. Debemos respetar a todas las personas por el simple hecho de serlo, pero no es cierto que todas las opiniones sean respetables. Quizás, esta confusión sea una de las principales debilidades de origen de los sistemas democráticos, solo que todavía no habíamos sufrido las consecuencias.
La cultura es el único elemento que nos diferencia de las bestias, es lo que nos define como especie. La cultura es la herramienta más poderosa que podemos imaginar, tanto por su poder constructivo como destructivo. La cultura es de todos y no es de nadie, y menos aún de los jinetes de la barbarie. La cultura se ha abierto paso siempre que el poder ha intentado reprimirla, y nuestro deber cívico como ciudadanos es asegurarnos de que siempre tenga una vía de escape. Mociones parlamentarias, campañas en redes, manifestaciones, huelgas, encierros, quema de contenedores… Si permitimos que la cultura de la censura se normalice, lo que venga después será imparable. Lo cultural siempre es material. Y quien diga lo contrario, simplemente miente.