Las precarias también compramos flores
Ayer mi padre me hizo un bizum de 10€ sin que se lo pidiese. Desde que me independicé, una vez a la semana voy a cenar a su casa. Como no cocina pedimos comida y después me paga lo que ponga el ticket. Esta semana tuve que llamarle para que me diese el dinero por adelantado. Aún me faltaban 3 días para cobrar y tenía la cuenta tiritando.
Ayer quedé para tomar un café y mi padre preocupado por si aún no había cobrado, sin preguntarme, decidió hacerme un bizum de 10€ por si acaso.
Sé que tengo mucha suerte de que así sea. También sé que llevo mis cuentas a rajatabla. Sé que tengo que controlar mis gastos hormiga, pero, sobretodo, sé que el alquiler se lleva el 61% de mi sueldo cada mes.
Ahora podría tirar por el discurso fácil: “no es verdad todo lo que se ve en internet”. Lo cierto es que mi instagram representa bastante bien mis gastos. Todas las semanas publico alguna foto de mi café. La mayoría en mi casa. No subo hauls. Ni de ropa, ni de maquillaje. De vez en cuando te enseño algo de mi skincare zero waste. Y cuando necesito romantizar mi vida, una foto de un ramo de flores.
Tampoco voy a tirar por el discurso de “es que los jóvenes se lo gastan todo en ir de fiesta y viajar”. Nadie debería gastar un 60% de su sueldo en la vivienda. El mero estrés que supone vivir así es insano. El 45% de la población Española que vive en alquiler se encuentra en riesgo de pobreza. Yo no sé en que lado de la estadística estoy.
Cada mes pago todas mis facturas, pero cuando en julio se me rompieron las gafas tuvo que comprarme unas nuevas mi madre. Yo no me voy a quedar en la calle. Tengo a donde volver. Tengo el privilegio de una familia que es una red de seguridad, pero yo, que soy la única persona de mi núcleo familiar para hacienda, soy precaria. Vivo al borde del precipicio en una casa que siempre tiene café de especialidad en la despensa y un ramo de flores en el salón.
“Tan precaria no serás si compras flores”. Esto me dice una vocecilla en mi cabeza. Como si yo misma no hubiese desmentido mil veces el bulo de que “tan refugiados no serán si tienen móvil”. Juzgamos los gastos de la gente con una lista de prioridades que no representa su realidad.
Es normal que mi café le parezca un lujo a todas esas personas que no saben lo barata que resulta mi alimentación sostenible. Claro que los jóvenes de 30 años se van de viaje. Siendo imposible ahorrar lo suficiente para la señal de un piso, lo mínimo es que todo el año trabajando culmine en un feliz viaje. Por qué no se puede vivir sin un mínimo de felicidad.
Con 18 años daba clases particulares para estrenar ropa todas las semanas. Hoy en día estoy convencida de que necesitamos un cambio social para que dejemos de asociar el consumir a la felicidad. Sin embargo, esto no implica que haya que renunciar a todo.
Leer, en papel, con un café y el aroma de las flores de fondo da sentido a mis mañanas del domingo. Sin eso el lunes sería insoportable. Para ti quizás la vida es más bonita por maquillarte, por tener el equipo de escalada a punto o por tener múltiples juegos de mesa. El consumo consciente no es consumo cero. Y sí, podemos quejarnos del absurdo precio actual del alquiler mientras tomamos un aperitivo con las amigas.
Da igual si lo llamamos minimalismo o consumo consciente. No puede ser que los árboles nos impidan ver el bosque. Pretender que la sostenibilidad sea un voto de pobreza es inasumible.
Mi intención es poco a poco ir acercándome al modelo de Minimalismo Real del que hablé en el podcast. Un minimalismo que no te obliga a renunciar ni a las camisas de colores ni a los ramos de flores.
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