Un año de perro
En estos años de resaca electoral permanente, que cuentan como años de perro, parece cada vez más difícil parar un segundo y volver al porqué de las cosas. Volver a los objetivos, a aquello que nos empuja a seguir peleando por vivir en un país mejor. El gobierno de coalición progresista inició su andadura con los objetivos de avanzar en derechos y caminar hacia un cambio de modelo de país.
Muchos analistas afirmaron desde el primer momento que este ejecutivo nacía sin unas condiciones de gobernabilidad mínimas. Pasado un año de aquel 23 de julio de 2023, esas afirmaciones se acercan cada día más a la realidad.
Existe una enorme sensación de estancamiento si comparamos al primer gobierno que surgió de la moción de censura, y que rápidamente se formó en coalición progresista por primera vez en democracia. Tenemos un gobierno con una mayoría muy frágil, que complica enormemente sacar adelante la agenda que España necesita para cumplir con esos objetivos que justifican su razón de ser. Y tristemente, en los últimos meses se ha hablado de todo menos de políticas públicas. Solo se han aprobado dos leyes en esta legislatura: la Ley de Amnistía y la Ley de Enseñanzas Artísticas; y, además, los presupuestos tuvieron que ser prorrogados por culpa del adelanto electoral en Catalunya.
Es una señal clara de que hay un cierto agotamiento de la iniciativa del gobierno, lo que sumado a una derecha cada vez más movilizada (como se demuestra elección tras elección), hace pensar inevitablemente en la posibilidad de que se convoquen elecciones más pronto que tarde.
Y sí, sería injusto por mi parte no señalar que el paro está alcanzando mínimos históricos, o que los datos macroeconómicos son espectaculares, pero eso no es suficiente. ¿De qué nos sirve tener trabajo si ni siquiera podemos aspirar a encontrar una habitación por menos de 500€? Conformarse con lo que ya se ha hecho sería pervertir la razón de ser de un gobierno progresista.
El epílogo final que ha supuesto Sumar en la izquierda transformadora a nivel nacional no solo ha vuelto a hacer añicos cualquier posibilidad de aunar fuerzas, sino que ha revivido el síndrome de La Vida de Brian. Ese que hace que la izquierda sea absolutamente insoportable para cualquier persona que no esté enormemente politizada. Este desgaste que producen las batallas internas se traduce en mayor abstención y mayor concentración del voto en el bipartidismo. Es decir, se pone en jaque la propia existencia de una mayoría progresista.
La vivienda es la clave de bóveda de la legislatura. Cuesta creer que no haya movilizaciones multitudinarias todos los días en todas las capitales españolas para exigir una casa donde poder vivir dignamente. La desesperación por encontrar un sitio donde meterse es inversamente proporcional al número de personas que no van a volver a confiar en este gobierno. A un año de las últimas elecciones, la crisis social de la vivienda es el mayor fracaso político de la democracia desde el austericidio del 2008. Algo que este gobierno debería tener presente todos los días. No basta con una Ley de Vivienda que nació herida de muerte del Consejo de Ministros. Tampoco basta la excusa de la guerra de competencias entre administraciones. Hacen falta medidas contundentes, medidas valientes que demuestren que la política tiene capacidad de cambiar el rumbo de un país que se está resquebrajando por la desigualdad entre barrios y entre generaciones.
Si el gobierno es incapaz de garantizar que en España podamos alquilar una vivienda a un precio asequible, estará entregando las llaves de la Moncloa a Feijóo, y abriendo las puertas de un nuevo ciclo político marcado por la desafección ciudadana.
De nada servirán los laboratorios de ideas para luchar contra los pseudomedios, los infames tuits de cierto ministro de transportes o el cine a 2€ para los mayores de 65 años. Medidas anecdóticas que no atajan los problemas reales de millones de personas. Veremos si hay repetición electoral en Catalunya o si tenemos presupuestos para 2025, pero de nada servirá mantener un gobierno que no puede o no quiere gobernar.
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