Obligación, ética y moral de las influencias

La moral es una cuestión religiosa, la ética un acuerdo social y la obligación es el imperativo ético que tenemos pero a menudo confundimos que es qué.

No le pediré nunca a nadie que anteponga su moral a su supervivencia. Tampoco negaré la heroicidad de quién lo hace, pero no espero que la mayoría de las personas sean héroes sacrificados.

Por eso nunca le pediré a una influencer que anteponga su ideología a su negocio, tampoco su moral, pero sí la ética mínima y común.

Hay quien podría decir que no se puede hablar de supervivencia cuando se habla de las cifras económicas por las que trabajan las influencers, pero también creo que lo que cada uno considera necesario para vivir es subjetivo. Hay para quien la vida monacal es suficiente mientras que los hay que consideran básicos algunos pequeños grandes lujos, como salir a cenar fuera todas las semanas.

Dicho esto, las influencers sí tienen obligaciones. Tienen la obligación de que sus contenidos sean veraces, la obligación de no difundir bulos ni información que atente contra la salud, la integridad y la vida de sus seguidores. Tienen la obligación de no lanzar discursos de odio y desde luego tienen la obligación de no cometer ningún delito ni jactarse de ello. Sin embargo, no tienen la obligación de ser ejemplares. Tampoco de ser figuras inmaculadas. Ni mucho menos tienen la obligación de exponer sus ideas políticas o religiosas para hacer promoción y defensa de ellas. Es una opción. Poner en riesgo lo que les da de comer a cambio de hacer alarde de sus ideologías es un acto heroico que no espero de nadie que se gane la vida a base de posts, reels y publicidad de marcas.

Para ilustrarlo voy a poner tres ejemplos. Tres influencers, o creadoras de contenido, muy distintas, pero que se han visto envueltas en polémica por la forma en la que han dejado fuera sus ideas a la hora de hacer negocio:

María Pombo, Inés Hernand y Ratolina.

María Pombo es posiblemente una de las influencers más famosas de España. Una niña bien madrileña. Criada en el barrio al que da nombre su propia tatarabuela, Concha Espina, es de una familia canónicamente conservadora y saltó a la fama por ser la pareja de un futbolista. María representa todo lo que es ser de su clase social, su cultura política y su religión. Se casó y tuvo hijos antes de los 30, veranea en Cantabria, tiene casas decoradas con delicadeza y sobriedad, va al gym, se hace las uñas, come en buenos restaurantes, lleva ropa cara y hace viajes increíbles.

Se corresponde a su clase social, pero también a su gremio. Y aunque María muestra su estilo de vida y se vanagloria de él hay algo de lo que no habla: Los toros. Sabemos que María es taurina y que a menudo acude a las plazas, pero nunca comparte contenido al respecto ¿Por qué? Porque, aunque su audiencia esté claramente derechizada, la tauromaquia es algo que ya no cuadra entre las nuevas generaciones.

A raíz de esto muchos taurinos le han afeado a María Pombo que no publique sus visitas a las corridas y que no publicite esta afición entre los más jóvenes. Aunque María podría hacerlo de manera altruista, lo más probable es que si lo hiciera sería con un contrato de por medio y ni aun así creo que lo hiciera. El negocio de María está en producir un contenido que no le haga perder seguidores, que no le obligue a bajar su tarifa.No se la jugaría con post publicitando la tauromaquia, porque, aunque sea de derechas, María Pombo como influencer es transversal a la juventud. Publicitar la tauromaquia le supondría una devaluación de su marca profesional. Aunque ella sea taurina, ser imagen de los toros es lo contrario a la imagen que le da dinero, porque la tauromaquia cada vez genera más rechazo.

En el otro lado del espectro tenemos a Inés Hernand. El contenido de Inés se aleja del lifestyle. A pesar de tener un discurso político muy marcado y aprovechar su popularidad para lanzar mensajes y abrir debates, realmente su carrera está construida sobre la conducción de espacios televisivos. Ella no es divulgadora, no es política y no tiene ninguna obligación de hacer propaganda constante de su ideología. Porque no es su trabajo. Es algo que ella hace de manera altruista, cómo quiere y cuando quiere. Su trabajo no es dar ejemplo. 

Por eso no deja de ser sorprendente que el linchamiento le haya venido por expresar cariño por una política del PP. No voy a entrar en lo ruin que me parece afearle a Inés que Cifuentes diga que es como una hija para ella cuando Inés ha contado su dura infancia y sus carencias afectivas. Pero es que, aunque no fuera así, Inés tiene derecho a tener relación y afecto con quien le dé la gana.

No tiene un cargo público, no tiene que dar ejemplo. El problema en el caso de Inés es que la izquierda tiende a pedir voto de pureza, pobreza y santidad a sus referentes. No pueden cabalgar ninguna contradicción. Tienen que ser impolutos en todas sus acciones, decisiones y relaciones y si no, no son dignos de atención y se han vendido al capital.

Inés no tiene ninguna necesidad de dar su opinión política ni de posicionarse. Los programas y las marcas no la contratan por ello, sino a pesar de ello. Por es hay que agradecerle cada vez que se la juega y no se calla una opinión progresista, pero no, su labor no es ni dar ejemplo político ni sacrificar su trabajo, y su estabilidad, en pro del progresismo. Sería heroico que lo hiciera, y lo es cuando lo hace, pero no es su responsabilidad.

Y por último tenemos a Marta Bel, Ratolina, una reconocida youtuber de beauty que lleva años haciéndose un hueco en este sector con sus tutoriales. Recientemente se ha sabido que es testigo de Jehová. Tras exponerla otra creadora de contenido la gente se ha escandalizado porque lo tenía “oculto”; como si para estar en redes fuera obligatorio compartir tu credo, ideología y color de tu ropa interior. Al parecer exigir a la gente desvelar su credo e ideología no es inconstitucional en redes sociales.

Los creadores de contenido no tienen la obligación de compartir nada de su vida privada y menos aún si creen que va a perjudicar a su negocio. Tienen la obligación de no mentir y, desde luego, de no vender lo que no son, pero no de contarte todo sobre ellos. A María no se le puede exigir promocionar la tauromaquia, pero sí que no haga su festival en mitad de un bien de interés cultural protegido, poniéndolo en riesgo.

A Inés no se le puede negar su derecho a expresar afecto por Cristina Cifuentes, pero sí se puede señalar su participación en un formato televisivo que maltrata a sus participantes y destroza su salud mental. Y aún así tendría derecho a participar porque, cómo todos, tiene facturas que pagar y no es ella quien tiene la potestad de cancelar el programa.

Y a Marta no se le puede exigir que haga público su credo, pero si se le puede pedir que mantenga su moral religiosa alejada del maquillaje. Cómo siempre ha hecho, por cierto.

Simplemente, si hay algún tipo de actitud, valor o idea que no compartas con un creador de contenido, no hace falta que le pongas un tuit, con darle unfollow el mensaje habrá quedado claro.


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Paula Estaca

Vivir es militar. Contadora y divagadora de las pequeñas grandes cosas. Madrileña de la Vega Baja alicantina.

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