Sostenibilidad Interseccional

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Amnistía: ¿y después?

La derecha y la ultraderecha, cada vez más indistinguibles, llevan semanas agitando a la opinión pública conservadora, y alimentando el bulo de que vamos encaminados hacia una dictadura socialcomunista en la que el PP no volverá a gobernar. La amnistía es una medida controvertida, eso es innegable. Tener dudas sobre si será una medida eficaz para acabar con los argumentos victimistas del sector más duro de los independentistas es perfectamente entendible, pero ello no debe ser excusa para poner en entredicho la mayoría parlamentaria que el pueblo español ha elegido en las urnas. 

Si finalmente la ley sale adelante, y se abre el gran melón de la nueva realidad territorial de España, la izquierda tiene varios retos que no debería tener miedo a abordar. La cuestión plurinacional siempre ha estado presente en las tensiones centro-periferia desde hace siglos, solo que nunca la habíamos nombrado de esta manera. El federalismo, el cantonalismo, la descentralización, el reconocimiento de las nacionalidades y regiones… Son debates complejos que siempre se han visto opacados por discursos nacionalistas de carácter excluyente, y normalmente liderados por las élites económicas, culturales y políticas con un objetivo claro de defender sus intereses y privilegios.

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Estas características se cumplen tanto en Catalunya, Euskadi y Galicia como en el nacionalismo español del franquismo sociológico. Sin embargo, existen discursos nacionalistas que, sin abandonar estos rasgos, los hacen compatibles con elementos redistributivos y de justicia social (como en el caso Esquerra Republicana o EH Bildu) que producen mucha simpatía al resto de la izquierda no nacionalista española. 

El reto plurinacional debe hacer compatible, por un lado, el reconocimiento efectivo de las diversas naciones que componen España a la vez de abandonar el carácter excluyente de los discursos nacionalistas. Y por otro lado, ahondar en la necesidad de acabar con la desigualdad social y económica entre regiones. Un reto mayúsculo, pero que puede servir como una vía integradora y alternativa a la visión caducada de las dos Españas. Hablar de plurinacionalidad es una oportunidad para romper con esa dicotomía, para reequilibrar, reconciliar y ampliar las diferentes sensibilidades de una España que siempre han sido muchas Españas.

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La izquierda tiene la obligación de trabajar para construir un nuevo relato sobre lo que es España. Necesitamos contarnos España de otra manera, quitarnos todos esos prejuicios casposos que no llevan más que al ensimismamiento y tratar de crear imaginarios capaces de competir contra el secuestro de los símbolos nacionales y contra la apropiación de la misma idea de España por parte de las fuerzas conservadoras. Porque la patria no es patrimonio de nadie, y menos de aquellos que estarían dispuestos a venderla al mejor postor. Hacer de la España plurinacional un proyecto de país atractivo, deseable, capaz de integrar elementos, referentes y narrativas transversales entre izquierda y derecha, entre centro y periferia, haciendo de sus lenguas y sus culturas el mayor eje de riqueza que nos debería enorgullecer a todos. 

La plurinacionalidad no sólo desmonta los argumentos del independentismo, sino que también anula el eslogan de España se rompe. Si se impone a una parte del pueblo ser algo que no siente como propio, España puede romperse. Si nadie está a disgusto, España no se romperá. La plurinacionalidad permite una vía para la convivencia entre diversos, pero iguales en su diversidad.

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Y muchos diréis: vale, suena muy bien esto de la plurinacionalidad, pero, ¿qué diablos es eso? Bien, pues me temo que eso es algo que todos debemos de ir descubriendo y construyendo poco a poco. Esto no es como un mueble sueco, no tenemos unas instrucciones ni unos pasos que seguir. Lo único que sí hay que tener claro es que no podemos tenerle miedo a la democracia. No debemos anteponer líneas rojas al diálogo ni dejarnos llevar por los predicadores del apocalipsis. La idea de país, de nación y de estado son relativamente recientes, y cabe preguntarse si las definiciones actuales son políticamente útiles para asegurar nuestro bienestar y nuestra felicidad como ciudadanos. 

La solución de España no existe porque todavía no la hemos inventado. Para eso sirve precisamente la política.

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